Justo allí, en el espacio interior de cada letra, en el vacío entre las palabras, tras una coma o al superar un punto, es donde acontece la existencia.

Escribir no es un ejercicio, tampoco un hábito, es una forma de vida donde el yo se desarrolla en paralelo a lo que la gente llama realidad. Las palabras, en todas sus formas, son universales a la espera de ser conjugadas hasta el infinito.

Ahora, convertido en un quincuagenario, quizás ya solo adquiera sentido al escribir.